sábado, 31 de julio de 2010

EL HUERTO INMEDIATO V


                                                                         ( capítulo quinto )

Avelino el fumista ejecutó al milímetro la infraestructura que requería mi delirio hortelano. Necesitó de todo el invierno y parte de la primavera, pero el día 22 de junio, histórica fecha en que partió mi familia hacia el Sur, en los sótanos donde vivía la gran caldera de carbón que suministraba calefacción al edificio, apilados estaban todos los pedazos de zinc requeridos para montar mi sueño de labriego de la propiedad horizontal.

Si la caldera calentaba en el invierno, la canícula mesetaria fundía plomo derretido sobre los cuatro enanos excéntricos que quedábamos en esta absurda capital de España, elegida como tal por Felipe II contra toda lógica política y conveniencia estratégica de un imperio que entonces estaba conquistando América. ¿Por qué no Lisboa? Puto racionalismo geométrico centralista.

El plomo incandescente del centro del día se volvía aceite hirviendo por las noches y yo me freía hasta el punto de dormir en el balcón, en un colchón Flex tamaño cadete. Los muebles de las tres habitaciones experimentales habían vuelto impracticables los largos pasillos del piso. Ni para dormir servían los corredores.

De todos los problemas que afronté aquel verano de lobo estepario, el que más me sulfuraba era la portera del inmueble, de quien tenía serios indicios para sospechar que trabajaba como agente secreto para la Drug Enforcement Administration de USA. La señá Pilar había convenido con mi madre en que cuidaría de asear mi dormitorio, a cuyo efecto fue provista de un llavín de la casa.

viernes, 23 de julio de 2010

EL HUERTO INMEDIATO IV


( capítulo cuarto )

Como en la vivienda de la familia el espacio a mí asignado era mínimo y promiscuo, decidí pedir ayuda a una japonesa que había venido a Madrid a estudiar unos cursos de flamenco. Se llamaba Mitsouco, tenía un ático cerca de la calle Ibiza y era versada en zen.

Me agencié en el Rastro una bañera antigua que había pertenecido al marqués de Esquilache. Pedí quedarme a solas la tardenoche en que procedí al trasplante de la semilla del árbol sagrado desde el termo útero hasta la rica tierra que había preparado en la gran tina. Seguí las instrucciones de mi tío el teósofo y todo salió según la naturaleza de las cosas santificadas.

Retomé el oficio de geómetra medidor. La exactitud y el rigor eran inexcusables, pues las planchas de zinc que cubrirían el suelo a cultivar y protegerían el parquet de madera de mi vocación agrícola debían encajar al milímetro con las otras piezas del propio metal que, verticalmente, iban a recubrir zócalos, rodapiés y pared hasta sesenta centímetros de altura.


Todo ello con la finalidad de disponer de un hondo de medio metro de buena tierra y humus orgánico que, convenientemente regados por mis manos de hombre de vega, me permitieran sembrar tomates, berenjenas, calabacines, judías verdes y otras verduras. Una esquinadura quedaría reservada para unas poquitas matas de cannabis sativa.

( la foto de la bañera que compré en EL RASTRO la he tomado de un blog que se llama CHIC CHIC )

miércoles, 21 de julio de 2010

EL HUERTO INMEDIATO III


( capítulo tercero )

Pregunté:
- ¿Qué árbol será cuando germine?
Escuché su respuesta:
- Un árbol sagrado, pues es simiente del gran árbol Bo, donde Gautama “el Despierto” tuvo su primera iluminación. Es el árbol de la ciencia.

Me dejé conducir por el mecánico de mi abuela hasta una vana celebración familiar. Aquella tarde yo había aprendido de mi tía hindú un principio de incalculable valor espiritual. Ella me reveló que la tradición de su tierra favorece el abandono de la vida convencional al llegar a cierta edad, después de haber cumplido con los deberes de familia y de ciudadanía. Ese sabio consejo no me fue arrebatado nunca. Y lo seguí en el momento congruente.

Pasó tiempo y tiempo. Muchos años. A principios de mil novecientos setenta y cinco entendí llegada la ocasión de hacer fructificar el tesoro que me había legado mi sabio pariente.

Hice de agrimensor y levanté un plano con las medidas exactas de los tres rodales que tendría mi huerto, uno por habitación. Era preciso tener muy en cuenta el espesor y la altura de los zócalos. Esta etapa requería de cálculos tan precisos como los de Einstein a la búsqueda de su teoría unificada de los campos, que los físicos de hoy persiguen bajo el nombre de teoría de las supercuerdas. O algo así, que yo soy de letras, aunque las ciencias me llaman mucho la atención.

Conté con primor los veintiún días que siguieron a la luna nueva de enero. Llegado que fue el día prescrito, sumergí con unción la vieja semilla del árbol de la ciencia en un termo con agua caliente, que renovaba cada doce horas. Para las fiestas de la cruz de mayo la pepita había brotado: una raicilla por un extremo y un alevín de tallo por el otro.

lunes, 19 de julio de 2010

EL HUERTO INMEDIATO II


( capítulo segundo)

Un tío abuelo mío, por parte de madre, se había casado con una maharaní hindú, a quien llevó a vivir a Granada desde las lejanas orillas del río Jhalum en el valle de Cachemira.

No tuvieron hijos y sí un gran afecto por mí. Me contaban historias preciosas de la India, de los vedas y del budismo. Alguna vez me sentaron a meditar con ellos en el carmen que tenían por el Albaicín. Yo era un crío que gustaba del silencio y conseguía poner la mente tranquila y calma, lo que me procuraba paz y bien.

Una tarde de Corpus andaba yo con los maharanís en su carmen, cuando llegó el mecánico de casa para llevarme a no sé qué gaita familiar. Me disgusté mucho, pues los tíos me iban a hablar a la puesta del sol del Buddha niño, cuando todavía se llamaba Siddhartha Gautama. Para consolarme, mi tío me tomó de la mano y me llevó al estudio de su torre, clausurada siempre por una llave de plata que colgaba de su cuello y de un cordón trenzado con hilos de oro y seda magenta.

El torreón era un sueño. El sueño de mi vida. Servía de observatorio astronómico, de laboratorio de alquimia, de biblioteca de libros teúrgicos y de teosofía y de recoleto fumadero de opio. Mi tío abrió mi mano derecha para cerrarla a poco sobre un cofrecillo de madreperla anacarada.

Habló así:
- No te enfades por pequeños contratiempos. Tampoco por los grandes pesares. Tienes muchas vidas para ser feliz. Cuando crezcas, siembra esta semilla en tierra por ti bendita. ¡Ah! primero debes ablandar el grano en agua caliente durante tres semanas, a contar desde la luna nueva de enero de cualquier año impar.

( ilustración de Torres Morenilla )

sábado, 17 de julio de 2010

EL HUERTO INMEDIATO I


Del monte en la ladera
por mi mano plantado, tengo un huerto
que, con la primavera,
de bella flor cubierto,
ya muestra en esperanza el fruto cierto

( Oda a la vida retirada. Fragmento.

Fray Luis de León )

( capítulo primero )

En el quinto año de la octava década del pasado siglo determiné pasar el estío en compañía de nadie. Polvo, sudor y hierro, en el jodido secarral de la meseta castellana. Terminaría así unos estudios universitarios que me tenían harto. Harto de tanta anormalidad artificial. Fue mi primer verano sin veraneo.

Otro propósito, genuino pero no confeso, era el de labrar un huerto en el piso paterno, vacío durante la canícula.

El primer designio no requería sino de unas horas de estudio cada madrugada, a menudo sentado en el balcón, por si se levantaba la fresca, que no lo hacía ni con las claritas del día. Desde siempre, las madrugadas han sido para mí la parte final de la noche, nunca comienzo del día. Me gusta atar la luna con el sol.

El segundo empeño fue planificado meses antes con rigor y disciplina cisterciense. Consistía en convertir mi dormitorio, el contiguo y el medianero cuarto de estudio, en un huerto. Recogería sus frutos a finales de septiembre, antes de la vuelta de mi familia y demás animales.

Pero había más. Algo que constituye el nudo de esta historia. Quería que mi gran secreto, mi mayor tesoro, medrase un tiempo en mi propio suelo. Mi caudal databa de mucho antes de Cristo, pues era contemporáneo de Buddha...

(continuará...)

viernes, 16 de julio de 2010

EL AIRE ESTÁ PARADO


...ni el pájaro más triste se lamenta;
el mar no se oye, el aire está parado.

( anónimo siglo XVII, foto de Masao Yamamoto )

domingo, 11 de julio de 2010

LA NOCHE MÁS ORIENTAL XV



( capítulo XV y final )

A Marisa Vegas


El día 8 de enero volvíamos a la jaula colegial, yo a mis proyectos de hacer de mi habitación un acuario gigante, o un huerto cercano a mi espíritu. También tramaba dedicarme en lo porvenir a la cría del mochuelo boreal.


Mas en aquel primerizo mes del nuevo año, el regomello dominante que me reconcomía era el irresistible arrebato de abrirme paso por la negrura del subsuelo de mi barrio. Así lo demandaba la poderosa acometida interior que me fue insuflada por aquél fulgor cegador sobrevenido en la noche más oriental de todas las noches.


En aquellos tiempos de color azul mahón, me representaba a mi mismo atravesando medio barrio reptando de casa en casa por el inframundo de la cuarta dimensión.

Bajaba yo a los cuartos de calderas, donde reina Pedro Botero, y me colaba por entre las rejas que cubren los intersticios horadados entre los muros de carga de nuestra finca y los medianeros contiguos. A ciegas, saltaba del nº 38 al 40 y luego al 42, y vecinos, de mi calle. Para cruzar de acera me arrastraba por alcantarillas, pozos y galerías de servicio. Siempre bajo tierra. Nunca sobre el ras del suelo. En las tinieblas.

Las ratas me seguían, después de clavarme sus ojillos rojos como el infierno y de comprobar que yo era niño de fiar.

Y yo imaginaba y esperaba, esperaba e imaginaba. Aguardaba a que las piedras se trocaran en rocas y se cubrieran de musgo. Tal vez en otro país, en otro tiempo...

jueves, 8 de julio de 2010

LA NOCHE MÁS ORIENTAL XIV




















( decimocuarto capítulo )

El día de Reyes un cielo azul inmenso y vacío amanecía sobre el estanque del Retiro, cubierto como estaba con una colcha de hielo de un palmo de alto. Por bajo nadaban poblados cardúmenes de bellos peces de eufónicos apellidos. Calicos, burbujas, carpas, cometas, telescópicos y otros cuyo nombre no recuerdo y que no pienso mirar en el Espasa, que no tengo ganas de levantarme ahora.
Como quiera que yo tenía la certidumbre de que todos mis deseos estaban materializados en el sillón de tela damasquina marcado por mi par de zapatos, mi curiosidad se ceñía a comprobar qué clase de dulces habían comido Sus Majestades. Y si habían bebido de la botella de Cointreau, o de la de Marie Brizard o de la de licor Calisay, o si quizás de la de Benedictine, pues sabido es que en el fondo de cada copa de licor hay un secreto. El mío era evitar tener un pedir que pareciera un dar.
Mosca me tenía el dato de que la paja destinada a los rumiantes desaparecía siempre. Me daba en la nariz que los camélidos orientales, acostumbrados a cruzar por los desiertos arábigos y del Negev y a nutrirse de exquisitas raíces y frutos secos, de cereales salvajes y henos perfumados por los céfiros que soplaban los profetas del Antiguo Testamento, no iban a rebajarse a comer humilde paja castellana. ¡Hasta ahí podían llegar las cosas!

martes, 6 de julio de 2010

LA NOCHE MÁS ORIENTAL XIII


( decimotercer capítulo )

Un camello, creo que en la Navidad siguiente, tuvo la gentileza de dejarnos una hermosa boñiga de rumiante en la alfombra del salón, que era de la Real Fábrica. Yo había visto en el campo bostas y deposiciones y  de otros rumiantes, como bueyes, vacas y mulas, y certifico que las de los camellos orientales son diferentes, ya que sólo comen vegetales biodietéticos y granos especiados y perfumados.

Nunca quise ir a Galerías Preciados a entregar mi carta a los emisarios de los Reyes. Sabía diferenciar lo que son promociones comerciales de los mercaderes, de la magnanimidad y longanimidad de los auténticos reyes que hacen magia y premian a los niños buenos, salvan a los marinos atrapados por tormentas y dotan con bolsas de doblones de oro a las doncellas pobres para que puedan matrimoniar con hidalgos que no tienen con qué hacer cantar a un ciego. ¡Cosa de Reyes es obrar bien y tener mala fama!

Siempre conseguí que SSMM me trajeran todo lo que pedía. A ello contribuía no sólo la moderación de mis encargos sino también el método por mí empleado.

La moderación consistía en ir comprobando en el Bazar Horta, en Pabú o en Deportes Cóndor cuánto sumaba lo que yo quería tener y nunca pasar de la cifra que mi orden natural consideraba tope máximo a lograr cada Navidad. En este sentido, debo confesar y confieso que nunca me gustó la canción “Todos queremos más” que cantaba Alberto Castillo. Revela avaricia y afán de acumular riquezas. Prefiero no tener sobre qué Dios me llueva antes que ser pájaro gordo de muchas campanillas.

La manera de hacer llegar a los Reyes Magos mis propuestas también ayudaba a que estos bienhechores colmaran mis esperanzas. En vez de escribir una carta larga y farragosa y dejársela a un empleado de Pepín Fernández, que era el dueño de los grandes almacenes, yo apuntaba a punta de regaliz las dos o tres cosas objeto de mi limpio deseo sobre la superficie helada de un flan chino El Mandarín. Cerraba los ojos y me lo zampaba de un sorbo y sin respirar. Nunca me falló. ¡Mano de santo!

domingo, 4 de julio de 2010

LA NOCHE MÁS ORIENTAL XII


( capítulo duodécimo )

Por añadidura, siendo yo niño de orden y lógica, en la bendita noche de los reales magos de un año de anteantaño tuve una experiencia preternatural. La pared de mi cuarto se iluminó y me invadió una emoción profunda. Era una luz tan hermosa como la de un atardecer de otoño. La luz se convirtió en un bienestar tan absoluto que me desbordó de contento y me hizo comprender los asuntos de la Antigüedad. Al final tomó la forma de una cascada velada por organdí. Me dormí lleno de paz y armonía como si estuviera unido a la naturaleza de las cosas. De todas las cosas.

Sumido en tal iluminación, una fuerza interior me dijo que, pasadas las brumas del invierno, debía intentar conocer el mundo subterráneo de nuestro barrio, de manera que consiguiera llegar al colegio sin pisar aceras ni cruzar calles, entonces adoquinadas. Es decir, sin salir del mundo oculto, verdadera cuarta dimensión de lo que está ahí pero no vemos, de igual forma que una sola hoja de árbol puede ocultarnos la luna.

Ese mandato era de un hondo tan profundo que vislumbrar no pude su principio. Probablemente su origen se agotaba en mí mismo, igual que el corazón late por sí mismo y la mente piensa por sí misma. Cumplí el mandamiento en marzo siguiente y su relato pertenece a otro futuro escrito, pues en éste deseo renunciar a lo esencial para agarrarme a las pequeñas cosas que comparecen de mi pasado. Sólo puedo añadir ahora que, siendo invierno, la voz interior me decía que tras las nubes siempre está la primavera y que en primavera es bueno no olvidar que vuelven los inviernos y que debajo de la luz existe un mundo ciego. Ciego sí, mas lúcido y preciso. Como el rayo del amor o coup de foudre, según en qué idioma se mire.

viernes, 2 de julio de 2010

LA NOCHE MÁS ORIENTAL XI


( capítulo XI )

La noche de Reyes era la única ocasión en que se quebraba, dentro de un orden, la austeridad requerida por la escasez de aquellos cutres años y por la circunstancia de ser tantísimos hermanos, que daba derecho a carnet de familia numerosa de primera categoría. Habían quedado atrás, eso sí, las cartillas de racionamiento, aunque no los productos de estraperlo. ¡Lo tengo rubio! decía una estraperlista de la Gran Vía cuando pasaba un señorito. Se refería a los cigarrillos americanos de contrabando y sin filtro. Camel, Chesterfield, Lucky Strike o Pall Mall.

En el salón grande, cada miembro de la familia, servicio incluido, ponía su mejor par de zapatos debajo de tresillos, sofás, mesas, bargueños, vitrinas, tibores, cubrerradiadores y demás armatostes susceptibles de albergar regalos, presentes y liberalidades. Para mi mente infantil pero ya, ¡ay!, cartesiana, la prueba de que los regalos eran traídos por los Reyes Magos y no por los padres se basaba en la presunción económica de que la suma de todo aquel lujo bizantino que se nos ofrecía donosamente no podía salir de los ahorros familiares. ¡Angelico de mí!

En contra de tan mágico origen jugaba el razonamiento, también racionalista, de que los Reyes de Oriente y su comitiva no tenían tiempo en una sola noche de abastecer a todos y cada uno de los niños de la católica España. Ni aun excluyendo de tal donación a los niños pobres y huérfanos me salían las cuentas. Ni tan siquiera descontando a los chaveas de padres protestantes, comunistas, republicanos, judíos y masones.

Con todo y con eso ganaba Oriente, pues mi corazón sabía que la fantasía y la poesía vienen de allá y que de Occidente no se debe esperar más que prosa prosaica y especulaciones, silogismos y otras pendejadas . Cuanto más insistían mis camaradas de clase en que los Reyes eran los padres, menos me lo creía yo. Una leyenda conmueve. La Historia, con mayúscula, tiene buena imagen, buen cartel, pero... no me fío de ella y me deja frío como agua del río. La poesía puede y debe transgredir todas las normas. La Historia, por contra, sólo debe ser fiel a la ley de la muerte, único dato incontrovertible. Tengo para mí que los Reyes Magos simbolizan, en su diversidad y exotismo, al mundo todo. Pioneros de la convivencia de razas y civilizaciones, de que se lleven bien las tres culturas, ¡qué carallo! Difícil será que hagan las paces las tres religiones monoteístas, porque cada una de ellas cree ser la única entera y verdadera. ¡Qué le vamos a hacer!