miércoles, 30 de junio de 2010

LA NOCHE MÁS ORIENTAL X


( capítulo x )

La mañana de aquella noche más oriental jugué un partido de fútbol en el patio del colegio, que no es particular, ¡cuando llueve se moja, como los demás!

La cena de Nochebuena es entrañable. Los viejos lloran por sus muertos y se atracan de gallina en pepitoria y de besugo, de turrones y de figuritas de mazapán y alfajores, alfandoques, roscos de anís, mantecados, polvorones, batatines, yemas y demás dulces, de esos que no amargan a ningún tonto. Comoquiera que mis mayores, tanto por parte de padre como de madre, son de provincias, de allá llegaban unas inmensas alcuzas de aceite, así como pavos vivos en seras de esparto cosidas con arpillera, de manera que los animales respiraban cabeza afuera. También reforzaban nuestra despensa, de cara a los rigores del invierno, unas grandes orzas de barro llenas de lomos de cerdo adobados con pimentón colorao y clavo y bien enterrados en manteca del propio animal.

El empacho del ágape de Nochebuena y su correspondiente cagalera no eran de cuidado, pues se curaban a base de chocolate de algarroba y de agua con limón y bicarbonato. Además... ¡qué más daba si quedaban días y días hasta que, pasado Reyes, había que reingresar en el calabozo escolar!

Me viene ahora a los puntos de la pluma que la vida es tal que así: naces, vas al colegio, te licencias de la mili cual hombre de provecho, te arregostas a trabajar cuarenta años en una jodida oficina y ¡venga alegría!, al jubileo de visitar médicos para ver en cuántas estrellitas se pasan de la raya tus niveles de ácido úrico, colesterol o triglicéridos. A propósito, a ver si los galenos paran ya de bajar el límite para aprobar el examen del colesterol. Hace años pasabas la prueba con 260, luego exigieron 240, ahora van por 220 y... malicio que para el próximo análisis o te presentas con menos de 200 o te catean y te castigan a tomar estatina.
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En la foto,de izquierda a derecha, de pie:
Serrano de Pablo/ Alcaraz/ Rodriguez/ Alonso/ Resines/ Domínguez/ Torres Rojas
agachados:
Viada/ Galindo/ Rumeu/ Enciso/ Ruiz/ De Diego

EN UN PATIO DEL COLEGIO DE EL PILAR DE MADRID,DENTRO DE UN EDIFICIO NEO-GÓTICO REMATADO DE CRESTERÍAS, GABLETES, GÁRGOLAS Y PINÁCULOS, JUGÁBAMOS AL FÚTBOL ¡CON CORBATA!

Y MENOS MAL QUE LA CAMISETA NO ERA BLANCA...

lunes, 28 de junio de 2010

LA NOCHE MÁS ORIENTAL IX


( capítulo noveno )

Llegado que fue el verano siguiente, nada más desembarcar en Los Cipreses, en la vega de Granada, decidí ir a casa de las monjitas por ver de abrazar a mi lucerita, a quien había puesto de nombre Guillermo, por cariño al proscrito personaje de Richmal Crompton. Infeliz de mí, no daba importancia a los caracteres diferenciales de una oveja macho respecto de los de una hembra y parece que en mi casa tampoco eran duchos en ese arte. Oséase, que podía ser Guillermina. Ya he contado que en mi familia las cosas del sexo no se explicaban porque eran pecado. Y los pecados no tienen explicación, teologías aparte.

Con tata Mariana agarré un tranvía en la parada del Cerrillo de Maracena y, después de trasbordar en la avenida de Calvo Sotelo, me plantifiqué en la calle Recogidas para dar un beso en los morros a mi Guillermina. Con la recta intención, eso sí, de preguntar luego por tía Emilia, conocida en religión como Sor Emilia de Granada.

Esto último me daba cierta fatiga porque, como era monja de clausura, de las fetén cinco estrellas, las visitas se perpetraban en una salita encalada, donde había una oquedad guarnecida con tres o cuatro barreras de rejas, la última de las cuales, esto es, la más cercana al visitante, tenía unos pinchos de tamaño natural. No estoy tuerto hoy en día porque, prudente de mí, cubría con un pañuelo de hilo egipcio el pincho más cercano al ojo que mantenía abierto. El otro ojo quedaba cerrado y sin luz hasta bien terminada la visita. Sale mejor comprometer un cincuenta por ciento de tus capacidades, antes bien que el cien por cien.

Mi tía era bajita, es decir, enana, lo que dificultaba aún más su reconocimiento sin ningún sistema de ayuda técnica para la navegación. Sor Emilia debía tener su guasa, pues una tarde, entre un ora pro nobis y un miserere nobis, preguntó a mi madre si yo era tuerto de nacimiento o sobrevenido.

Total que hoy es el día, cuarenta años después del asesinato antropofágico de mi Guillermina, en que no he conseguido que nadie de la familia cante la gallina. Digo yo si será cosa de la ley de la “omertá”, como en la mafia. Pero a mí nadie me la da con queso, pues sé muy bien cuántas púas tiene un peine. Sostengo que la oveja fue engordada por las monjitas, quienes se la jamaron tal que el día del santo de la madre abadesa. Si alguien tiene prueba en contrario, que la aporte ahora o calle para siempre. ¡Anda que no le dieron matarile! ¡Mucho voto de pobreza, castidad y obediencia y qué falta de consideración con un niño de la infancia!

jueves, 24 de junio de 2010

LA NOCHE MÁS ORIENTAL VIII



( capítulo octavo )

En la grisura de aquellos tiempos antiguos y étnicos no siempre había agua corriente, ni caliente, ni constante, ni al instante. La hornilla de carbón de la cocina calentaba el agua de un depósito encima de ella colocado. Muchos y muchos metros de pasillo desde allá hasta la bañera. Tuberías de plomo o de hierro, que no de cobre. La alcachofa de la ducha cegada por la cal del agua. Cortes de agua. Restricciones de posguerra. Una tardenoche pregunté:

- ¿Por qué sale agua marrón del lavabo?

- Son las obras del Canal de Isabel dos palitos, respondió la yaya.

Así llamaba mi aña a Dª Isabel II. Se conoce que los naturales de Ventas con Peña Aguilera no saben de números romanos, ni falta que les hace. La yaya Sagrario utilizaba un argumento inapelable y contundente para obligarte a llevar la ropa interior siempre limpia:

- ¿Llevas puesta la muda que coloqué anoche al pié de tu cama? ¿Y si te pasa cualquier cosa en la calle?

Me gustaba cuando balaba la ovejita ¡¡beeee!! y yo le contestaba ¡¡baaa!! En suma, lo que pudiéramos considerar como una inteligente conversación. Me sabía a musiquilla celestial ese dulce balar. Todavía lo echo de menos. Mi ovejita y yo éramos niños limpios que olíamos a rosas del campo. Su lanilla era más suave que el vello de una cabra de Cachemira.

Oía yo rezongar al cuerpo de casa sobre mis costumbres y aficiones, murmullos que arreciaban cuando la oveja dejaba sus cagarrutas en el pasillo o donde le diera la real gana. El mayor disgusto de mi infantil infancia me lo propinó mi padre cuando decidió, en la octava de Reyes, que ya estaba bien de contemplaciones y de pamplinas y que la oveja fuera enviada por Auto-Transportes Andalucía al convento de las monjas clarisas capuchinas de San Antón, en Granada capital. ¡A saber en qué asiento me la acomodaron para aquel viaje sin retorno! ¡Probetica!

miércoles, 23 de junio de 2010

LA NOCHE MÁS ORIENTAL VII


( capítulo séptimo )

Más tarde, espiando para el Mossad, me enteré de que ya en tiempos de Pilatos andaban tirándose unos y otros de los pelos, pero yo a la sazón no lo sabía. Si lo sé, voy y localizo los exteriores del nacimiento en Murcia, que es región bien hermosa y tiene de todo. Montañas altas, desiertos bravos, huerta feraz y un mar de miniatura, cual menuda alga brillante y plateada de sal.

Nuestro castillo de Herodes era un puro despropósito, porque mi hermana pequeña se empeñó en poner uno tan grande que deshacía toda la armonía y proporciones del conjunto. A mí me parecía una burrada dar tanto protagonismo a un señor “malafollá”, que había mandado degollar a no sé cuántos niños santos e inocentes. Nunca entendí qué narices tienen que ver los artículos de bromas y piñatas, que ahora venden los chinos del todo a cien, con la conmemoración del holocausto con esas pobrecitas criaturas, seguramente carne del Limbo.

La ovejita lucera tenía carita de azucena y provenía de un rebaño que pasaba por nuestra calle, de Pascuas a Ramos, porque mi querida calle era, y sigue siendo, una cañada o servidumbre de paso para ganado. Recolecté de entre los hermanos veinticinco pesetas, que cambié a la señá Casilda, la panadera, para juntarlas en un hermoso billetito de los de color morado. Esperé a que pasara el rebaño, que lo hizo un jueves, y metí al pastor en su zurrón la tela marinera del ala y ¡hala! para mí la ovejita.

Encaramé al corderito en mis hombros y trepé por la escalera de servicio, pues me dio por barruntar que en el montacargas igual se mareaba la criatura. Soy muy considerado con la cosa de los mareos por padecer de ellos. Tanto en coche, como en tranvía, avión o tren. Tengo el mal de mar hasta en la bañera, cuando me capuzo para enjuagarme el pelo, que en aquellos heroicos tiempos lavaba con champú de brea de marca Sindo. Era un mejunje laborioso de aplicar tanto por ir en unos sobrecitos que debían ser cortados por los extremos, como por picar en los ojos más que enchilada en mucosa gástrica.

La ovejita se aclimató bien a la casa y gustaba de mirar conmigo el belencico, aunque prefería mamar de la tetina de unos riquísimos biberones que yo le preparaba, a base de Pelargón y leche de la Granja Poch. Para mí que el animalillo creía que yo era su mamá, sobre todo porque le metía a dormir conmigo debajo de las sábanas y me bañaba con él en la bañera grande, para no desperdiciar el agua caliente, que entonces era un bien muy preciado por escaso.

lunes, 21 de junio de 2010

LA NOCHE MÁS ORIENTAL VI


( capítulo sexto )

Vuelvo al nacimiento, que me pongo a escribir y me salen más recuerdos que pensamientos. Pintar de rojo la bombilla que va situada detrás del portalejo para que la luz difunda calor de hogar era tarea delicada. Cinco minutos de bombilla encendida bastaban para que aquello oliera a chamusquina, con grave riesgo de que las montañas de auténtico corcho de alcornoque, el serrín del desierto y el musgo que a los tres días estaba más tieso que la pata de Perico, ardieran en llamas de fatales consecuencias en un edificio cuyas vigas eran de madera. ¡Pa’ habernos matao!

Nuestro inmueble no sufrió fuego incendiario ni pegó un explotío aquel trozo de decorado de Palestina, pero mis dedos pulgares y sus vecinos tienen sus huellas deformadas por las quemaduras que me hice tratando de desenroscar la lamparita Osram de 40w, sin paciencia suficiente para que se enfriase, que no tenía interruptor.

Cuando ya de mayor fui espía triple, a saber, para el Eje, para los Aliados y para la difunta URSS, me salvé en varias ocasiones de ser descubierto y fusilado al amanecer gracias a las irregularidades que presentan mis huellas dactilares. Y ello porque los dibujos de la piel de mis dedos son volubles. Como las damas. Mutables.

Aquella Navidad, o la siguiente, me empeñé en subir a casa una ovejita viva. Para que viese un belén instalado en todo su esplendor. Pensaba yo que a la oveja le gustaría conocer los campos de Galilea, de Samaria y de Judea, representados en época en que no daban tanto el coñazo unos y otros. O eso es lo que uno, en su cándida ignorancia, se suponía.

viernes, 18 de junio de 2010

LA NOCHE MÁS ORIENTAL V


( capítulo quinto )

La secuencia que más me gustaba, y que formaba parte de una película de castillos y justas medievales, era la de un mozalbete, de alias “El Príncipe Valiente”, quien huía de los malos arrojándose desde una fortaleza al agua que la circundaba. Aguantaba sumergido en el fondo de la laguna durante varios minutos, hasta que los ballesteros que le perseguían se cansaban. Respiraba por el procedimiento de cortar con su machete un tallo de caña o junco o lo que fuera y asomar un extremo por la superficie, a manera de moderno tubo de bucear, pero en más largo. El príncipe melenudo se pegaba una "panzá" de minutos bajo el agua, cual delfín del medievo.
Aquella Navidad soñé que me bañaba en el mar con un delfín.

Este último verano se ha realizado, al fin, mi sueño premonitorio. He tocado el lomo y la panza de un delfín preciosísimo. En la playa de las dunas me avisaron a sol puesto que había aparecido un delfín joven cerca de la orilla. Cercanía relativa, y más si el océano está de marea alta y son casi las diez de la noche.

Llegué a él como pude y con ayuda de Thérèse, joven y fuerte nereida. De pronto, el agua abierta del océano se vuelve círculo de agua cerrada, para el delfín y para mí. Mide mucho más que yo. Su piel, que acaricio a su gusto, tiene tacto de poliuretano terso pero rugoso a la vez. Se voltea de panza y me la ofrece. El lomo es de color antracita y la tripa gris azul. Le toco. Cierra los ojos. Ya no hay ni pizca de luz. Nado con él, porque él quiere y hacia donde él quiere.

Siento no tomar una copa con mi adolescente cetáceo. Es apuesto y gentil, y yo le contaría cosas de los humanos, que también somos mamíferos. Él me hablaría de sus cadenas de tribu, pues viven en familia, como nosotros y los orangutanes. ¡Suerte, querido delfín! Si te vuelvo a ver, te regalo mi piscina y una cartilla de ahorro.

miércoles, 16 de junio de 2010

LA NOCHE MÁS ORIENTAL IV


( capítulo cuarto )

El azul violeta de ese papel forralibros es también el color de la tanzanita, la piedra preciosa que vela por la tribu de los Massai, que viven en Kenia. Distinto azul es el de la turquesa iraní, piedra semipreciosa que aleja el mal de ojo y protege el corazón. Resulta igualmente muy útil contra la picadura de escorpión. Mi tío el teósofo me aseveró que el sabio Salomón conocía cabalmente el abanico de virtudes de la turquesa, que debe tener color celeste uniforme, clarito y sin vetas.

Del turbante de un rey mago cayó, aquella noche encantada, una gran turquesa, perfecta de color y sin impureza alguna. Encontré la piedra inspeccionando los restos del refrigerio que SSMM se habían dignado catar. A nadie confié mi precioso hallazgo, que siempre llevo encima en una pequeña faltriquera de malla de algodón del Eúfrates. Me ha librado de más de un hechizo. Tanzanita no he conseguido, pero estoy en ello. Echen ustedes a volar la voz, a ver si me cae una de tales piedras, que estoy seguro que no me dejará mentir.


El río cuyos meandros serpenteaban a lo largo de todo el tablero se hacía con papel de plata, pues aún no existía el papel Albal. Quiere decirse que el agua argenta provenía de las tabletas de chocolate Tárraga, Elgorriaga o Nogueroles y llevaba adherencias de cacao y algarroba, que es fruto del algarrobo y cuya vaina y semillas machacadas se amasaban en aquel entonces con el cacao, para que cundiera el chocolate. Quizás fuera no tanto por escasez, que también lo era, sino por mor de cuidar de nuestras colitis infantiles, tan abundantes antaño. La algarroba o garrofa es legumbre cuyos taninos son potente remedio antidiarreico. Mano de santo, como quien dice.

Atrás cito marcas comerciales de cosas aquellos años del cuplé. Los nombres mercantiles son, como todas las instituciones, finitos. Los de prestigio aguantan años y años y ahí siguen Kodak, Gillette, Coca Cola, Cola Cao, Danone y otros. Pero ya no hay camisas Tervilor, estufas Super Ser o televisores Marconi. Tampoco chicle Bazooka ni caramelos SACI, fabricados éstos por Gª Hnos., de Jijona. ¡Que son pa’ la tos!

Parte del pluriempleo de mi padre consistía en trabajar para la Agrupación Nacional de Fabricantes de Chocolate, lo que nos aseguraba el suministro de alimento tan fundamental para merendar en el cine Colón o en el Príncipe Alfonso. Un plátano, una onza de chocolate y un bollo suizo por barba daban para ver, sin rechistar, dos películas seguidas, que los programas eran dobles y en sesión continua. La que se llamaba “Flecha rota” me gustaba mucho y la vi tantas cuantas veces soportaron los hermanos. A la yaya Sagrario como que le daba igual, pues para llorar sirve cualquier peli, salvo las que ahora se hacen con efectos virtuales de ordenador, y portan mensajes tan sutiles y elaborados que mi mollera no capta bien. Entiendo mejor a Bergman, a Antonioni, a Godard o a Win Winders que a los cineastas del clan de los rompehuesos o del sonido del trueno, aunque me esté mal el comparar.

                 ( fotograma del film de GODARD "vivre sa vie". La actriz es ANNA KARINA )

lunes, 14 de junio de 2010

LA NOCHE MÁS ORIENTAL III













( capítulo tercero )

El montaje del nacimiento comenzaba cuando salía el gordo de la Lotería, premio que nunca cayó en casa, aunque mi padre murió convencido de que algún año nos tocaría. Pensaba que para ello era menester comprar un número completo, con todas sus series. Nunca lo hizo al considerarlo gasto excesivo. Por eso no le cayó el premio gordo. Por no asumir el riesgo de tan elevada inversión. Así aprendí que no hay beneficio sin riesgo. Es la base de la economía capitalista. Para bien o para mal, que yo no termino de ver las dulces perfecciones del mercado regido por la codicia en estado puro.

 
Instalar el tablero de madera sobre el armazón de caballetes que lo sostenía, ir a la Plaza Mayor a comprar musgo fresco y a reponer alguna figurita descabezada, coja o manca, era rutina bien bella, bonita y barata. Los muñequitos eran de barro y sus extremidades estaban aseguradas con unos alambritos que hacían de tibias y peronés, si de piernas se trataba, o de húmero, cúbito y radio, si de brazos hablamos. Ahora las efigies son más feas que Picio, de plástico las baratas y de porcelana de Lladró las caras, que no sé qué cosa es peor.

Miga tenía pegar estrellas doradas en el papel azul de forrar libros que remedaba la cúpula celeste, mientras los mayores se empeñaban en que los más renacuajos no metiéramos mano en el tubo de pegamento (ya saben, “para remedio, pegamento Imedio”), bajo la especie calumniosa de que poníamos todo pringando, como si ellos fueran espíritus puros. En la radio Inter, que tenía ojo mágico y todo, y que estaba plantificada en lo más alto del cuarto de estar, Rafael Medina cantaba “En los jardines de Granada” y Carmen Miranda el “Tico Tico”. ¡Ahí es nada!

sábado, 12 de junio de 2010

LA NOCHE MÁS ORIENTAL II


( capítulo segundo )

Me centro a lo que voy y digo que, en tiempos de Maricastaña, los Reyes Magos eran tres, astrólogos de profesión y venían de Oriente, cuando de Oriente sólo venían cosas buenas.
Tan es así que también de por allí, de Asia Menor, era natural el mismísimo San Nicolás, llamado también Sankt Nikolaus, Sinter Klaas y luego, en EEUU, Santa Claus. Le Père Noël en Francia, Julenisse en Escandinavia y Father Christmas en Inglaterra, que todos son representaciones o heterónimos del propio San Nicolás.

Resulta, por tanto, que todos estos personajes de leyenda, tan bondadosos, generosos, caritativos y muníficos, provienen de Oriente Medio, paraje repleto hoy día de armas invisibles de destrucción masiva y de malignos aborígenes, al decir de los servicios secretos de las potencias occidentales, cuyas agencias de inteligencia se parecen mucho al sordico de Mora, que oye los cuartos, pero no las horas.

Oriundo de allí es el mismísimo Niño Jesús, Christkindl en alemán, quien hace o hacía tal función filantrópica, directamente y sin intermediarios, en algunos países protestantes. Curiosamente la figura de Christkindl ha evolucionado hasta llamarse riss Kringle, que justamente es otro de los apodos de Papá Noël. O sea, que tal para cual y que lo mismo me da que me da lo mismo.

Cuéntase que se cuenta que el asunto de los presentes y regalamientos navideños, en su origen, fue oficio de personajes paganos, como la bruja buena llamada Befana, y unos ancianos, borrachines y tiernos, conocidos como Berchta y Knecht Ruprecht.

Así es fama por ahí fuera, pero a mí que me registren, que mis regalos me los traían los Reyes de Oriente, como tiene que ser. ¡Naturalmente que sí!.

miércoles, 9 de junio de 2010

PACHUCHO


Mi portátil está pachucho y triste.
¿Qué tendrá mi pobre pequeño?
Con silenciosa humildad,
 suplico que sane mañana.
¡Sana sana, culito de rana!

sábado, 5 de junio de 2010

CORTO Y POR DERECHO


Sin remedio, que no lo tengo.

Me pregunta una lectora:
-¿Por qué no escribes de una vez por todas un libro gordo?
Como tampoco tengo propósito de la enmienda, voy a explicarme ahora.

Mi escritura está en la órbita de la cortedad en el decir ( Gracián ) y obedece a la estética de lo menos.

Estas obritas mías evitan ocupar muchas horas de mis lectores, que a buen seguro las necesitan para otros menesteres más gratificadores.

Además, cierto pudor me impide publicar nada más extenso de lo que yo acostumbro a leer. Soy présbita y mi ánimo también está cansado. Y cada edad tiene su literatura.

A mis años cuesta menos leer poesía que prosa. Las novelas que merecen la pena, leídas fueron por mí cuando podía hacerlo a la luz de una vela. Al día de la fecha no pienso despestañarme por leer grandes éxitos de ventas mal traducidos del idioma sueco o del malgache.

Así lo veo yo: si te gusta escribir, hazlo breve y lee poco. Si prefieres la ficción, toma algo de tu memoria, aunque no tenga trama ni desenlace. La memoria conserva lo que debe ser archivado y sabe más de ti que tú mismo. Tu caletre no podrá inventar nada mejor que lo realmente vivido. Lo complicado es conciliar las ganas de vivir con los deseos de escribir.

Por último, si lo que cuenta es el tamaño, junten mis improbables lectores una docena de estos relatos y tendrán un instrumento de buen porte.

miércoles, 2 de junio de 2010

CAPÍTULO VIII


( foto realizada por el autor )
Capítulo octavo

Los domingos el párroco de El Pilar de la Horadada se acercaba a la finca para decir misa en la capilla de la Casona a las 12 en punto. Antes, confesaba. Una vez un hermano mío, que era muy escrupuloso de conciencia y no tendría más allá de 11 ó 12 años, atascó la misa hasta pasadas las 12 y media, contándole al cura no se sabe qué pecados imposibles, en medio de grandes muestras de impaciencia por parte de todos nosotros que confiábamos en darnos un chapuzón antes de comer. Me parece que aquel día las bambas Pirelli, los meybas y las gafas y tubos de bucear Nemrod se quedaron esperando en la tartana, igual que esperando se quedó el camino que atravesaba el río Seco flanqueado de pitas en un horizonte de montes de esparto.

Total, que el domingo de marras no pudimos nadar hasta “los palos”, que así llamábamos a unas estacas situadas en medio de la pequeña ensenada de la playa de Campoamor. De ellas los pescadores prendían unas redes finas para atrapar lubinas, magres o pajeles. Nunca subí a bordo del balandro cuyo timón llevaba don Vicente. Sí lo hacía a menudo mi hermano, el improbable pecador, quien muchas y muchas noches me despertaba para que le recitase los credos, avesmarías o señormiojesucristos que creía haber olvidado. Yo me sabía de memorieta todas las cantinelas que enseñaban los curas del colegio. En verdad me costaba e importaba un comino aprenderme cualquier cosa, por inútil que fuera.


Con las tormentas de septiembre se anunciaba el otoño, el colegio y el presentimiento de un Madrid triste y de un colegio sin luz. El río Seco cogía algo de agua, que gustaba a ranas, tritones y libélulas. Los juncales hermoseaban y las invisibles chicharras de los pinos enmudecían de pavor ante los truenos.


De vuelta a Madrid tocaba forrar los libros del colegio con un rígido papel color nazareno al que adheríamos unas etiquetas cuyo pegamento que se humedecía con la lengua ensalivada. En ellas escribíamos con letra de caligrafía la asignatura a que se refería cada libro.


Costaba volver a la rutina y también costaba hacerse con las botas Segarra después de haber andado cuatro meses en alpargatas. Pero lo que verdaderamente sentía yo era perder, hasta el verano siguiente, la luna azul de medianoche y los altos cielos rasos de la dehesa. Y la libertad.